Llegué a la Medicina China 
porque mi salud siempre
había sido frágil
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Rut Muñoz

fotografía: @rojofoto

Cuando estudié Medicina China nunca pensé que acabaría siendo mi profesión. Tenía diecinueve años y estudiaba Historia del Arte en la Universidad de Valencia, así que mi verdadero sueño era trabajar en una biblioteca rodeada de libros de arte y de silencio. Llegué a la Medicina China porque mi salud siempre había sido frágil, o así lo interpretaba yo: crecí siendo una niña aquejada de problemas respiratorios severos, una adolescente con problemas de tiroides y otras glándulas, y me estaba convirtiendo en una adulta sostenida por pastillas, inhaladores y sprays nasales con grandes ataques de ansiedad añadidos. Así que llegué como paciente, con la necesidad y las ganas de encontrar un apoyo que me ayudara a, simplemente, estar mejor. Estudié cinco años con el Dr. Antonio Areal. En aquella época no había escuelas de Medicina China en Valencia así que me enteré de que se impartía una formación sobre Medicina Oriental y Nutrición por un folleto que encontré en casa de mi madre con la hora y el lugar donde se llevaría a cabo la charla informativa del futuro curso. Tuve claro que quería hacer la formación a los cinco minutos de empezar la charla. No me pregunté si la iba a poder compaginar con la Universidad y con mis trabajillos para pagar el alquiler: podría. Pude. Cuando te enamoras, por lo menos a aquella edad, la energía nunca es un problema. Al terminar la formación con él, y de cambiar algunos hábitos que me alejaban de mi salud, me mudé a Barcelona donde tomé clases de fisiopatología en el Cenac, además de estudiar Integración Psico-corporal de la mano de Marc Costa y devorar todos los libros escritos sobre diagnóstico o cinco elementos que desde el inicio fue el foco de mi máximo interés. Pero ni hablar de dedicarme a ser consultora ni nada parecido. Aunque lo cierto es que a aquellas alturas, y estoy hablando de mis veintitrés-veinticuatro años, ya era la persona a la que recurrían con sus males todos mis amigos. Y pronto fueron los amigos o familiares de mis amigos. Y yo los atendía con agrado hasta que me di cuenta de que precisamente porque lo habría seguido haciendo gratis aquello debía ser mi profesión: 

me apasionaban todos y cada uno de los casos de cada persona que se me acercaba a pedir consejo. A los veintiséis años empecé también a trabajar en el extranjero: en Bélgica, Paris, Amsterdam. De la mano de pacientes forasteros afincados en Barcelona que se habían sentido mejor con mis consejos. Me invitaban a sus ciudades de origen a trabajar con sus familias, amigos, incluso con sus propios pacientes, como es el caso de Louka Leppard. Yo no decía que no a nada, tampoco es que creyera en mí misma tanto como para pensar que estaba preparada para todo. No. Iba porque me podía la pasión, la curiosidad y porque veía siempre una oportunidad para aprender más. Humildemente proponía una manera distinta de comer, alguna planta/s que tomar o algún cambio de perspectiva sobre algún tema, y me limitaba a observar si al cabo de un tiempo mis consejos habían ayudado. Por eso digo siempre que mis grandes maestros, además de mis profesores y de los y las escritoras de todos los libros que he leído, han sido mis propios pacientes. Al cabo de diez años de praxis con pacientes en la consulta, o tal vez incluso un poco antes, me empezaron a proponer alguna charla o clases sobre alimentación o sobre los cinco elementos o sobre psicología relacionado con mi trabajo con la gente. Y todas esas clases, cursos, seminarios etc… que di y he seguido dando se fueron convirtiendo en la Formación que propongo ahora en este formato online y que como tal llevo al menos siete cursos seguidos impartiendo en vivo. Este año, 2020, he cumplido cuarenta y cuatro años. Eso quiere decir celebro los más de veinte años de matrimonio con la Medicina China. Una relación estable que ha superado las crisis personales porque la confianza y el amor no han fallado. La llama inicial sigue viva: la que prendió ese día en esa charla a la que me llevaron mis fragilidades y mis ataques de ansiedad. Benditos cada uno de aquellos síntomas, ellos fueron la palabras que usó mi cuerpo para comunicarse con mi conciencia y con mi deseo.