Ramón un hombre de infarto

Sep 12, 2021

 

 

Ramón tiene casi 45 años. Es un guapo indiscutible, talentoso y con éxito. Hace ejercicio y no abusa del alcohol ni de las grasas ni de lo políticamente incorrecto en todos los sentidos. Duerme bien. Por todo eso y por una buena genética su cuerpo parece más el de un jovencito que el de un cuarentón. Nunca ha estado enfermo más allá de algún episodio de mocos, malestar, dolor de cabeza…vamos lo mínimo. Pero aún así vino a verme a la consulta con la idea de mejorar su rendimiento general, de tener más vitalidad aunque no mostraba señal alguna de falta de energía y sobre todo para prevenir cualquier achaque que la edad trajera en el futuro. Hablaba con firmeza y con seguridad en sí mismo y estaba tranquilo.

 

            ¿Qué haces con un paciente así? ¿Cómo mejorar “la perfección”?  Mientras lo tenía delante sólo se me ocurría una cosa: no hay cara sin dorso, ¿Cuál debe ser el dorso?

 

            Aquí empieza la investigación, aquí empieza el trabajo de diagnóstico de un/a profesional de la Salud: mirar más allá de lo visible, no sucumbir a la idea de que una persona sana es una persona que nunca se pone enferma. Y también: si alguien ha llegado a ponerse delante de ti para requerir tu ayuda, es porque tal vez la necesita (aunque no lo parezca). Y no se trata de inventarte problemas que no hay, se trata de poner al servicio de ese ser humano tus conocimientos, tu intuición y tu rigor. Y tal vez sólo hay que darle las felicitaciones por su vida impecable y mandarlo para casa. Pero tal vez no. Como en el caso de Ramon, ese hombre de infarto a las puertas de un infarto.

 

 A la media hora de estar hablando con Ramón el guapo empecé a notar que suspiraba entre frase y frase de una manera sospechosa. Era un suspiro casi inapreciable, pero que me alertaba de cierta fatiga respiratoria. Le pregunté si se ahogaba alguna vez y me dijo que no y acto seguido alardeó humildemente y con gracia de su gran capacidad pulmonar subrayada por su entrenador del gimnasio. Pero entonces es cuando empecé a intuir que Ramón se estaba esforzando para convencerse a sí mismo (y a mí) de que todo estaba bien, excesivamente bien, y eso me hizo sospechar de que tal vez no lo estaba.

 

Entonces la conversación dio un giro. Le pregunté casi de manera anecdótica si alguna vez había tenido ansiedad a lo que contestó demasiado rápido que no. Dijo no a la ansiedad con ansiedad, así que yo lo interpreté como un posible sí.

 

Para tener una mejor idea de la vida que llevaba Ramón le pedí que me detallara un día laboral cualquiera de su vida. Y lo que me esperaba: era un día perfecto. Pero no perfecto para un cuerpo humano, sino perfecto para una máquina. Le daba tiempo para todo y sin rechistar, casi diría que con orgullo: para trabajar doce horas en algo que le apasionaba, ir al gimnasio por la mañana y por la tarde, cocinarse, comer bien, salir con amigos o con la pareja, tener sexo, ver una serie, leer y dormir. Sólo de escucharlo me entró vértigo. Sin duda era una vida vivida sin espacios vacíos de recuperación. Sin espacios de quietud para sentir, reflexionar…la inercia movía su cuerpo y su vida sin espacio para la nada, para aburrirse, improvisar.

 

Lo primero que tenemos que diagnosticar en casos como el de Ramón, es que la falta de cansancio en una vida tan llena de actividades, es un síntoma grave aunque no se haya expresado en el cuerpo todavía, pero tiempo al tiempo. Sus suspiros sospechosos y su aversión a la palabra ansiedad confirmaron mi primera hipótesis: no es oro todo lo que reluce. Ramón no está bien aunque no se enferme y se describa a sí mismo como feliz.

 

Lo primero que se me ocurrió fue preguntarle si en su familia había habido problemas de corazón. Para la Medicina China, el corazón es el Emperador que custodia la vida y está protegido por el Maestro corazón (pericardio) que es “quien” pone esa vida en juego con el mundo. La impresión que me daba es que su corazón estaba esforzándose demasiado por estar excesivamente en juego, en movimiento, sin descanso. A fuera: Y aunque su vida perfecta salga en el Guiness de la perfección, yo no podía dejar de ver a una persona corriendo incansablemente delante de un león. Y no me imagino a nadie siendo feliz si está escapando de un peligro. ¿Pero cuál era el peligro si a simple vista nada amenazaba a Ramón?

 

Me respondió que sí, que su padre y también su abuelo, habían tenido problemas de corazón. Su propio padre era un infartador veterano que había perdido la vida por ese motivo no hacía tanto tiempo. Cuando le pregunté por su padre me dijo que era un hombre muy muy trabajador, muy honrado y buena persona, que a veces se excedía comiendo y bebiendo. Y que por ese motivo, y después de su muerte, él había empezado a cuidarse tanto con la alimentación y el deporte. También dijo que su padre era muy serio y que a veces él se veía también así y que había hecho psicoterapia para entender y desviar esa tendencia en él que tanto le afectaba de su padre. Ramón era muy consciente de lo que probablemente había llevado a su padre a los infartos y había decidido poner todo de su parte para no repetir su destino. Pero había algo que sería haciendo igual que él.

 

Ramón seguía los pasos del esfuerzo de su padre, la identidad de persona incansablemente trabajadora se había adueñado de la libertad y de su verdadera alegría. No había ninguna cardiopatía genética que en su familia. No había nada en esos corazones sanos que tuvieran marcado un final así. Simplemente había un sacrificio excesivo, un constante bombeo de un órgano que había renunciado a mucho por la productividad. Donde las emociones dejan de ser espacios de contacto propio y reflexión para ser postergadas a favor del hacer. Hacer para no sentir. Hacer para no ser. Y el no ser, a Ramón, le podía haber hecho infartar.

 

 La tensión arterial de Ramón era alta e inestable y esos suspiros sospechosos eran los reclamos de más descanso por parte del pulmón débil. La suprarrenales estaban descontroladas y sus riñones tremendamente agotados.

 

Ramón, le dije, para estar bien te va a tocar primero estar mal. Porque aprender a no reaccionar a los constantes estímulos externos pasa por desintoxicarte de ellos. Y ahí empezamos el tratamiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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