Julia hace dieta (por quinceava vez)

Sep 28, 2021

 

Julia es una mujer que acaba de cumplir 50 años. Madre de dos hijos que empiezan a ser mayores, divorciada por voluntad propia hace cinco años y con un trabajo que no le disgusta y que le deja tiempo libre suficiente para ir a yoga, comer en casa, ver a sus amigos/as y disfrutar de los paseos que le apetezca hacer. Me lo cuenta con alegría y orgullosa de sus avances personales. Antes sufría mucho más por todo pero ahora estoy más tranquila. Y se le nota. Se percibe que lo dice de verdad. De autoestima, prosigue, voy bastante bien si no fuera por esta tendencia a engordar que me persigue desde que nacieron mis hijos. Y por eso vengo a verte, para que me des una dieta que me ayude a adelgazar porque mi peso son 65 kilos y estoy ya pasando de los 75.

 

(Hay muchas personas que vienen a mi consulta porque quieren adelgazar y creen saber el peso ideal en el cual, en algún momento pasado, se veían bien. Esto lo digo solo por subrayar el hecho de que siempre pensamos en el yo del pasado como referencia, sin pensar que al pasado no podemos volver y que aunque alcancemos el peso en el que fuimos felices esa vez, a lo mejor hoy ya no nos funciona porque la felicidad es mucho más compleja.)

 

Sigo con Julia. Sentada desde su silla me mira con mucha atención y me dice que está dispuesta a hacer todo lo que le diga, que tiene mucha voluntad con las dietas. Y esa frase se me quedó dando vueltas por la cabeza: con las dietas, con las dietas, con las dietas….

-¿Pero cuántas dietas has hecho, le pregunté?

-¡Uy muchas! La que más me ayudó a bajar rápido a los 65kg fue la dieta Dukan, pero al final le cogí tanta manía a la carne que me hice vegetariana dos años en los que recuperé mi peso inicial y varias lorzas más. También he probado la cetogénica, la macrobiótica, la de batidos esos de proteínas ¿Cómo se llamaban?…

En cuestión de dietas se las sabía todas. Casi podría pasar consulta conmigo si yo me dedicara a hacer dietas.

-¿Y qué dieta piensas que te puedo dar yo que no hayas probado ya? pregunté.

-Alguna de la que no me canse y que no tenga efecto rebote tan fuerte al dejarla. Ah, ¡y en la que pueda comer algo! exclamó riendo.

-Ay madre Julia, creo que esa dieta no existe, dije en un tono distendido.

-¿ En serio? Noooo!!!!

-Pero hay algo parecido Julia, no cunda el pánico, pero no se llama dieta, se llama aprender a comer.

 

La Medicina China no tiene un paradigma nutricional específico que aplique a patologías o necesidades concretas, porque no diagnostica síntomas, sino personas. Para poder acompañar a una paciente en su proceso de aprender a comer hay que intentar averiguar primero dónde está la desarmonía en la relación de esa persona con la comida y a qué se debe. Después se empieza a trabajar desde ahí con calma.

 

Julia había nombrado que su “gordura” le acompañaba desde el nacimiento de sus hijos. Muchas mujeres engordan, por diferentes motivos, en los embarazos. Pero es verdad también que muchas los vuelven a adelgazar después de un tiempo prudente. ¿Qué le había pasado a Julia en ese viaje de la maternidad que la llevaba a pelearse incansablemente con la báscula? Quise que me contara todo.

 

Lo primero que hizo fue contarme que algo se rompió para siempre en su matrimonio y que desde su segundo hijo no retomaron la sexualidad ni la intimidad. Ella lo achacó a lo cansada que iba y a lo poco disponible que estaba su marido para compartir las tareas domésticas o de crianza a las que ella llegaba sola con mucho esfuerzo. Aun así estuvieron juntos algunos años más porque se querían y se entendían en otras muchas cosas. Pero lo cierto es que toda la libido que Julia tenía puesta en la maternidad no podía incluir a su marido si este no entraba también con su propia libido en la crianza, en el hogar. El pene de su marido no era bienvenido si no entraba antes, junto al resto de su cuerpo, en esa extensión del útero en la que se había convertido su propia casa. La libido es la energía de amor y entrega más fuerte que tenemos, sale del corazón y entre adultos que se gustan puede llevar al coito. Pero cuando una madre pare, toda esa energía se dirige durante un tiempo hacia sus cachorros y su hogar. Y a través del amor y la gratitud que el padre tiene hacia la madre y hacia los hijos/as, la libido del padre cambia de forma temporalmente para abrirse no solo a su mujer si no a la familia entera. Pasa de ser una puerta al acto sexual a ser una energía amorosa y alegre de sostén y presencia hacia su mujer y sus hijos/as. Ese salto de eje en la libido de una pareja que trae hijos/as es una transmutación en la energía sexual de cada persona hacia una mayor madurez y generosidad.

 

Pero para Julia, como para muchas, este no había sido su caso y no estamos aquí para culpar al marido o a la mujer de nadie sino para entender: Julia había replegado su sexualidad retirándola de su matrimonio por sentirse abandonada, y enfocándola en sus dos hijos que acaparaban toda su atención y presencia. Pero relativamente pronto se empezó a echar a sí misma de menos fuera del rol de madre. Empezó a echar de menos a la amante fogosa y divertida que era. Pero no a su marido.

 

Es verdad, confiesa mientras se le caen unas lagrimitas porque la sesión estaba removiendo cosas: el único placer que me consolaba y que además me daba la energía que me faltaba, era merendar galletas con mis hijos. Y esto, visto desde un prisma más amplio, la convirtió también en una niña, ya que al no poder dirigir su sexualidad hacia su marido u otro adulto, las galletas se convirtieron en el objeto de su deseo y en el tapón de su sexualidad: las niñas comen dulces y no mantienen relaciones con nadie. Pero Julia era ya toda una mujer y ahí estaba el quizá de la cuestión.

 

Tal vez eran las galletas las que le engordaban. Pero sobre todo lo que le estaba engordando era el taponar un fuego diseñado para ir hacia fuera y sin el que nuestro metabolismo empieza a ralentizarse arrastrando al sistema endocrino. Y para sofocar ese fuego Julia usaba las galletas (curiosamente eran galletas Príncipe que me parece un dato anecdótico pero que aprovecho para decir el daño que ha hecho Disney….) bloqueando el hígado y la vesícula que son los encargados de procesar todas las grasas que comemos, y también nuestra rabia y nuestra frustración.

 

Mientras Julia hacia dieta, no estaban permitidas las galletas ni otras muchas cosas, y esas restricciones tal vez la ayudaban a adelgazar unos kilos y beneficiaban al metabolismo, al hígado y a la vesícula un rato, pero era añadir restricción sobre restricción y eso, aparte de muy poco erótico, le hacía volver a sus Príncipe con más ansias que antes si cabe. Y en todo este ir y venir de la dieta a las galletas, la libido, la sexualidad y el deseo de intimidad y placer compartido se iba quedando en un recuerdo de su vida anterior: esa vida que tenía cuando era “flaca”.

 

La comida había pasado a ser su verdadera relación sexual: donde ponía el deseo, el placer y la curiosidad ( de ahí también que hubiera probado tantas dietas!) pero era un arma de doble filo: estaba debilitando el fuego metabólico en vez de “encenderlo” que es lo que hacía falta para adelgazar.

 

Aprender a comer, en el caso de Julia, era retomar su impulso y su libido soltando para ello las galletas y el control con la comida. Aprender a ordenarse y abrir su mirada al mundo más allá de sus hijos. Y lo tenía fácil porque previamente ella misma ya había dejado un espacio vacío en su agenda para el placer y ya solo le hacía falta un empujón para ponerse en juego con las personas.

 

-Julia, a la hora de las galletas te propongo salir a dar un paseo vestida como te sientas más guapa. Y que empieces a mirar a los hombres (porque a ella le gustaban los hombres) a los ojos en todo el trayecto, incluso a sonreír si te apetece: a ellos, a la vida, a ti misma.

-¿Y eso para que sirve Rut?, me preguntó.

-Sirve empezar a ver y ser vista. Hay que sacar tu útero de casa y de tus hijos y devolvértelo a ti y al mundo.

 

 

 

 

 

 

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